Voraces sombras me buscan allí dónde no estás tú ni las ciudades que descubrimos en este lugar anacrónico que habito desde aquel día que no regresaste y se hizo nocturna la tarde para siempre
Nos enseñaron que matar era necesario, que las guerras eran lugares idóneos para heroicidades. Que la vida se conquista en las batallas y morir allí te permitiría ocupar un lugar privilegiado en el parnaso de los dioses. Nos educaron para el fusil, el tanque, la artillería, los uniformes. Desfilar por la patria y defender sus fronteras hasta desfallecer. Morir y matar, matar y morir, nos educaron para ello con las canciones, películas bélicas y las odas al guerrillero, con las lecciones de historia donde explicaban las arduas artimañas y las estratagemas más valientes de los sabios y santos generales. Dieron nombre a calles y avenidas en honor a sus crímenes y nos hicieron creer que era justo y necesario. Hay que matar el musulmán, matar al cristiano, matar al judío, matar al capitalista, matar al rebelde, matar al pacífico, matar al pobre, matar al migrante, matar al negro, mata...
Cansado de muchas cosas y de muchas opiniones, de ciertos crispados comentarios y de certezas sin fundamento. Cansado del odio y de la ira. Cansado de la ceguera y la sordera (de las mías propias también) y de la violencia (verbal y física). Este no es el mundo que soñó un niño, por el que luchó un joven, en el que sobrevive este hombre cansado, este ocupante sin esperanzas. No tengo opiniones rotundas sobre nada, porque de todo sé, acaso, una mínima cosa. No digo sentencias ni afilo mis uñas contra nadie, porque de nadie sé, apenas, una sombra de sus vidas. No sigo a ningún credo, porque de las creencias invidentes conozco, tal vez, un par de párrafos y algunos discursos incongruentes. Soy torpe, lo sé, pero me fío más de mi intuición que de los reflejos dorados en las corazas de los salvadores. No entro en disputas políticas (alguna vez lo hice y me arrepiento) porque hace siglos que la usura, el deterioro y la gangrena capitalista envenenó los pilares de la sociedad y...
No creo en el hombre ni en su cretina complacencia, no creo en sus vestigios ni en sus insurgentes ruinas. No creo en las patrias, los discursos, las masas enfervorizadas. No creo en sus idolatrados dioses de plástico, ni en las máscaras de sus coloridos estandartes. No creo en la sangre, las heridas, el dolor que deja en los labios los besos del odio, las muescas del rencor en los huesos, los arañazos de la ira en la piel. No creo en la fortuna, ni en el azar o el destino programado, no creo en la célula caprichosa, el ADN o la selección natural, en los socavones no creo, ni en la miseria de las cloacas, ni en la vida escrita de los cementerios. No creo en la paz, ni en la libertad, ni en la justicia creo, nada de lo que ellas prometen se ha cumplido, ni se cumplirá jamás. No creo en mí, en la osada incertidumbre de mis ojos, ni creo en los resquicios de luz que desbordan mi carne y mi garganta. No creo en mí, repito, ni en las palabras ...
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