Voraces sombras me buscan allí dónde no estás tú ni las ciudades que descubrimos en este lugar anacrónico que habito desde aquel día que no regresaste y se hizo nocturna la tarde para siempre
Acaparo todas las tristezas, colecciono penas en carpetas de viejos colores agotados. Recopilo pesares, desesperanzas antiguas y nuevas desolaciones. Las reúno pacientemente y las voy colocando con mesura, evitando que alguna se rompa o se quiebre, no quiero perder sus brillos ocres y desgastados. Cuento las añoranzas por docenas, las coloco en orden de tamaño, intensidad e insistencia. Tengo la casa ocupada de lágrimas inútiles, de las desazones más perentorias, del humo oscuro del desamparo. No puedo evitarlo, recojo de las calles las muecas y las razones de los tristes, se agolpan en mis manos, desbordadas se apresuran a ocupar mis bolsillos, escalar por mis brazos y esconderse bajo mi camisa, muy cerca del espacio intercostal en que, temeroso y asustado, se oculta mi corazón. Colecciono penas y pesadumbres, incluso las protejo de su insistente compostura suicida, pero ya no queda espacio en la casa ni lugar seguro en mi cuerpo dónde colocar a buen recaudo la...
Sucumbir en la duda, en los pregones del miedo. Atolondrado coger el camino que nos intuye y que nos vincula con esta vida de brumas con la sobriedad de los espejos. Una fuga que se amortigua bajo el agua gangrenosa de los estanques. Nada he dicho, todo es una falsedad orquestada para sobrevivir, y en ello trabajo cada día, en ser más un hombre dócil que un niño infiel.
Cansado de muchas cosas y de muchas opiniones, de ciertos crispados comentarios y de certezas sin fundamento. Cansado del odio y de la ira. Cansado de la ceguera y la sordera (de las mías propias también) y de la violencia (verbal y física). Este no es el mundo que soñó un niño, por el que luchó un joven, en el que sobrevive este hombre cansado, este ocupante sin esperanzas. No tengo opiniones rotundas sobre nada, porque de todo sé, acaso, una mínima cosa. No digo sentencias ni afilo mis uñas contra nadie, porque de nadie sé, apenas, una sombra de sus vidas. No sigo a ningún credo, porque de las creencias invidentes conozco, tal vez, un par de párrafos y algunos discursos incongruentes. Soy torpe, lo sé, pero me fío más de mi intuición que de los reflejos dorados en las corazas de los salvadores. No entro en disputas políticas (alguna vez lo hice y me arrepiento) porque hace siglos que la usura, el deterioro y la gangrena capitalista envenenó los pilares de la sociedad y...
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