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Cobijos

Las viejas lunas no esperan nada únicamente la noche de noviembre trémula y oscura Me asomo al borde de todos los precipicios y miro en la profundidad allí dónde renacen estos monstruos y aquellos presentimientos Pero no estás tú ni siquiera tu nombre Sólo un reflejo de luna ancestral impasible

Tratado de meteorología

Amaneció lluvia entre las sábanas tormenta consumida con un rastro de fuego en la piel y un relámpago lejano en la mirada Al mediodía soplaba ya viento del norte un frío de horas sin futuro ateridas manos que buscaban calores nuevos viejos sortilegios La tarde abrió de nubes a un sol moribundo que apostaba esquirlas de luz sobre los cristales ciegos de los charcos e insinuaba brumas grises en los labios La noche se presentó calma y ligera con besos de nieve en la espalda y un frágil temblor de huracanes entre las piernas Luego todo fue un suceso de granizos sobre la piedra calcinada del deseo un mar de borrascas perseguidas por los rincones soleados de la casa.

Hastío

Me pondré al orden de lo cotidiano en el sencillo entramado de las cosas un visitante desconocido que arropa la esperanza de sobrevivir un día más y no perderse en la tibia ensoñación del aburrimiento Y ya me falta de todo incluso tu sonrisa y esas ganas de fiebre que turbaron las palabras por dónde los dedos dibujaban pequeñas tormentas invisibles huracanes Saldré consumido a la calle me mezclaré con las farolas tropezaré con los escaparates y ya nunca más el verso nunca más ese afán de tender en las cuerdas de la tarde los retales encontrados de este naufragio en que hoy habito tan lejos ya de ti tan perdido...

La joven y el acordeón

Imagen
La joven tocaba el acordeón no el acordeón tocaba a la joven acariciaba sus dedos se introducía en su pecho elevaba su falda mostraba sus rodillas encendía sus ojos La muchacha sonreía giraba la cabeza miraba calle abajo el sol la buscaba testarudo en su piel adormecida El acordeón flirteaba con las mujeres invitaba a los hombres hacía bailar a los niños tenía una joven atada en sus teclas respiraba de notas blancas y negras bebía del soliloquio invisible en el hombro denudo de la muchacha Mujer y acordeón ascendían del empedrado mordían la luz ardían en la sombra traicionaban mi corazón y lo incrustaban contra el dolor a favor de la ternura Calle arriba Pessoa atrás una canción portuguesa sostenía entre su pausada cadencia la mirada de una joven que tocaba el acordeón como si el acordeón le tomara el alma Era Lisboa otoño dos mil diez.