Sobre "De puertas adentro" en la presentación de Faustino Lobato en el Ateneo de Badajoz.
1. José Manuel Vivas. Su obra. Su trayectoria.
José
Manuel Vivas, un poeta, un hombre inquieto y comprometido que sabe poner versos a la vida. Un escritor
maduro capaz de emocionarnos con su poesía e incluso de no dejarnos indiferente
con sus versos.
Nuestro
autor es un hombre prolijo en este arte del construir versos. Desde 1998 no ha dejado de publicar y de ser
premiado. Así, lo comprobamos desde ese primer premio Adolfo Vargas Cienfuego con la obra “Los
bordes del abismo” y publicada en la Editorial Universitas, hasta el
momento, con la obra que presentamos esta tarde, premiada por Entreescritores.com
como mejor poemario de esa plataforma internauta en el año 2014.
2. La obra De puertas adentro.
Momento de madurez del poeta.
La
obra De puertas adentro, pertenece a este momento de
madurez del poeta.
Prologada
por David Benedicte el cual, con la ironía que le caracteriza, prohíbe asomarse
al interior de la obra. Razones, las suyas, algunas las comparto, como es lo
que dice de nuestro autor que leerle “es
como saltar, sin paracaídas, de un avión.”
Esta
obra, premiada por Entreescritores.com y publicada por la editorial
Mandala, se organiza en tres apartados muy definidos con un poema
introductorio “desde un tiempo ancestral…” Estas partes son: Puertas
adentro; refugio de la tristeza; la voz incendiada. Ante estos
capítulos y desde mi consideración de lector, tengo la sensación, después de
haberlos leído que estos son tres pequeños poemarios reunidos en un solo
volumen. Cada una de las partes nos adentra, de manera diferente, en la
intimidad de “ese bípedo animal solitario”
que es el ser humano existiendo. En realidad, este libro subraya el hecho mismo
de la existencia. De esta forma:
a)
En el primer capítulo el hombre, el “yo
literario”, desde su visión intimista de la realidad, establece una diferencia entre “la ciudad…universo de
calles insondables” y la casa, “refugio de sombras, escudo de paredes tibias”. Una situación de puertas adentro donde él se descubre, con la ansiedad de quien le reclama, ante sus miedos.
En
este espacio, primero se establece una tensión
entre lo exterior y lo interior
creando un diálogo intimista, una
reflexión atrevida y valiente. De esta forma, la calle-otra sinonimia de la ciudad- viene a convertirse en un lugar de ruidos, “de los gestos leves”
que obliga a regresar a la intimidad
del “cálido refugio de la casa”. Y
es, en segundo lugar, en esta situación
de lo íntimo, donde “los silencios de la vida abren zanjas de amor sobre las hogueras de la tristeza”,
en la que el propio yo, en su mismidad, se observa incapaz de recordar “la mirada primera”. Es aquí, en este contexto privilegiado de la
casa y en silencio, como nace el poema. Así, el “yo literario”,
asombrado de sí mismo, dice que “el
poema-viene- desbocado/ con afán de provocación y cierta lujuria.”
Y
además, aparece el hombre, soñando desde esa “habitación de ventanas opacas”…,
en la que evoca la memoria de lo que
fue “como mar herido de tormentas”. Un ser que habla consigo mismo, de puertas
adentro, sintiendo que “todo lo que
habita en la casa…/ todo cuanto se respira y se atisba”, le pertenece. La
casa es su cuerpo, “ferozmente sitiada”.
Por
tanto, ante lo expuesto, se observa que en este primer capítulo se esboza un registro existencial que conduce al lector a
reflexionar sobre ese estado de sitio
en el que los humanos, la mayoría de las veces, nos encontramos en la vida.
Admitirlo, como lo hace este “yo poético” de la obra, es crecer. Quien vea en
los poemas un sesgo de nostalgia o desesperanza, aunque lo haya, se engaña. En
realidad lo que sí hay es una visión atrevida, una pauta para afrontar los propios miedos.
b)
En el segundo capítulo, el poeta
recobra las referencias más queridas y en un alarde de meta-poesía algunos versos toman como objeto, como
protagonista, al propio hacer poético. Este “hacer” es como un “dejarse abierta la ventana del poema” para que “estrofas y rimas” se depositen “despacio entre las páginas” del libro; o
es como dejarse “abierto el grifo del poema” para ser capaz de
recoger con las propias manos “un
manantial de versos y sílabas desperdigadas. “ Este es el contexto en el
que, por un lado, las llamadas se
vuelven trascendentales capaz de hacer bajar “ de las azoteas y de la vida / entre peldaños rotos y palabras vanas/…” aunque no se encuentre
la voz que nombra ni siquiera el nombre…; Y por otro, la nostalgia, en el recuerdo de momentos mejores, se hace patente,
sobre todo en los versos finales de este apartado, en los que aparece la figura
del padre que hace “crucigramas todos los
días…” hasta vestirlos “de palabras
hermosas/ de sílabas azules…”
Y es en el recordar ese hecho del “crucigrama”,
cuando el “yo literario” nos enfrenta al
laberinto blanco y negro donde es posible buscar “ el oscuro nombre de la muerte/ que no sabe de adivinanzas/ ni de
jeroglíficos”.
El segundo capítulo vuelve la voz de la casa pero esta ya no es refugio desde donde se
observa sino
un lugar no habitado a donde se llega. Esta es, ahora, una casa con ventanas cerradas por las
que se deja “entrever un hilo de luz quejosa y cansada”. La
casa, a la que se vuelve en la que la “presencia
de memorias enclaustradas/ parece elevarse sobre sillas…” y en la que el “silencio preside las horas…/ por aquel
bagaje de recuerdos ebrios…” es una casa que es mejor dejar y cerrar de nuevo haciendo que “el polvo vuelva al polvo”. Y es en esta mirada llena de tristeza y
recuerdos donde aparece la otra figura de cercanía, la de la madre. Estos versos aparecen en el ecuador del libro, en
la página 50:
Miré tus manos en donde descansaban las viejas fotografías, / el pañuelo
bordado y las cartas de amor; y me
miraste de nuevo con tibia ternura, / mientras acariciabas con tus labios mi
rostros húmedo, / absorto aún por la melancolía y los recuerdos,/ camuflados en
la memoria desposeída del tiempo.
En
este segundo capítulo es donde el “yo literario” es refractario a la vida que
pasa y admite la fragilidad: por un
lado, en el hecho de habitar en la tristeza: “naufrago de la derrota, / esclavos de sus dedos de fuego…”; y por otro, en el endeble tránsito
de los recuerdos al centro mismo del ser, donde el poeta se reconoce al
dictar “con su lengua/ el enjuague
taciturno de la palabra, / (libertad, rosa, piedra, mar, nostalgia) y se
acerca por detrás y me toca/ sin nombrarme,/como
el viento ligero de las alas de un ángel/ que se aleja entristecido,/ que
suspira, como sólo suspiran los ángeles/ cuando nadie los percibe ni
encuentran,/cuando un hombre que no conoce a otro hombre/ pasa de largo y su
mirada entristece,/ y su voz es el eco cansado de otra voz/ irreconocible,
sobria, difusa.”.
Es difícil que, en el contexto de
esta realidad identitaria, no aparezca la búsqueda
permanente del silencio “por las
aceras oxidadas/ o en soportales donde
anidan relámpagos/ con sabor a destierro/ y el agrio perfume de los orines.”
El silencio, ese silencio que, en el tercer capítulo, cruje
en la noche “en un milagro de
orfandad entregada”.
c)
Si en el primer capítulo, el autor nos pone ante la inevitable existencia y en el segundo ante la fragilidad del ser; en el tercero, el yo literario se rinde al misterio del dialogo con un tú vital. Ante este, tú, el yo anda palpando “el zaguán de sus ojos” para luego
regresar con cadencias eróticas “por la
calidez de sus muslos”. En este último capítulo, la vida aparece y es sentida como un regalo. Vida ante la que hace
falta hacer silencio, aunque esta se exprese en “los álbumes de fotos” “…Y los
recuerdos se agolpen”. Porque es en esa realidad impresa de la fotografía
donde “anidan sueños desatados, / abismos
insondables, / en dónde el tiempo clavó sus agujas/…” Y es la vida la que reaparece envueltas de “horas en desaliento…”, que busca lo mejor de ese diálogo.
Vida que es siempre un tú que no admite
la muerte: “Donde está la muerte no
está tú”. La vida expresada en “las mañanas tibias”, “en el nombrar vital
de papeles y guías de teléfono”. La vida.
Ahora,
ya de vuelta a la casa, al lugar habitado, ese que “recogerá las palabras escritas, / y de puertas adentro, nuestras manos,
/ decidirán este futuro imperfecto/ que nos ocupa y nos empuja” hacia
ella…hacia “la falsa quietud de las
horas…”
Si tuviéramos que retomar una palabra, una voz, que englobara todo el sentido de la obra
tendríamos que decir, sin lugar a dudas, que esta es la figura de la casa y ésta como un refugio aunque esta sea
el propio cuerpo “ferozmente sitiado”. Una casa, sí, unas veces, habitada, desde donde se observa- la
ventana; y otras, deshabitada, desde donde se recuerda al mirar las fotos y las pesadillas
“andan descalzas”. Qué importante es enfrentar
esto: lo habitado y lo deshabitado y
enfrentarlo desde la mirada y el recuerdo.
Mirar y recordar, dos registros vitales a los que esta obra nos acerca. Hay
que agradecer a nuestro poeta el hecho de acercarnos a estos registros vitales y
complejos. Porque no siempre se mira y
se recuerda, como este poeta lo hace, con
la ternura y el empeño con el
que él lo indica.
Para
adentrase en este poemario hay que aliarse
con el silencio, ese silencio contemplativo capaz de mirar aunque sea “una presencia de memorias enclaustradas…”.
Un silencio buscado por “aceras oxidadas
/ o en soportales.
Punto final:
Quiero agradecer a José Manuel Vivas
este encargo de presentar una de sus criaturas. Agradecerle la confianza depositada y el haberme
prestado su mirada para hablar de esta existencia al límite en la que nos
encontramos, muchas veces, y que el poemario es capaz de plasmar. Agradezco a nuestro poeta el que haya creado esta obra, este
espejo de palabras, porque esta nos permite reflexionar sobre nosotros mismos y
nuestra existencia.
Advierto
que leer esta obra es no escaparse de la
sincera autocrítica al mirar desde la
ventana de nuestra casa lo que nos envuelve, no siempre lo mejor; leer este
poemario es enfrentar a este “bípedo
animal pensante” con la propia debilidad que, aceptada, ayuda a crecer.
Este sentimiento inteligente, que los versos nos lanzan, hace de esta obra algo
interesante que nos obliga a leerla y no mirar para otro lado ante los
problemas.
Badajoz, 26 de febrero 2015.
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