El humo sobre el cristal

Lentamente la calle fue vistiéndose de sombras. Las primeras farolas encendían con lentitud sus bombillas viejas. La mujer avanzaba por la acera húmeda. Arrastraba un abrigo oscuro sobre sus hombros y unos tacones largos, casi eternos, acomodaban su paso breve y sensible.
Un perro olvidado salió a husmear entre sus piernas para luego abandonarlas persiguiendo con ansiedad canina un ladrido lejano.
Se detuvo ante el escaparate de la peletería. Encendió un cigarro que iluminó livianamente su rostro de mujer cansada, tomó una honda bocanada de humo que exhaló formando pequeños círculos contra el cristal humedecido.
Al regresar a su camino miró un instante hacia el lugar en que se encontraba mi coche aparcado. No sé si escudriñaba en su interior intentando localizarme, pero sus ojos oscuros reflejaban la certeza de que alguien la observaba. Toqué la bocina y abrí la ventanilla mientras arrancaba el motor que crujió como un mar enfurecido un par de veces antes de ponerse en marcha.
La mujer sonreía mientras cruzaba la calle en dirección a mi mano que la requería con cierta urgencia.
¿Cuánto?, le dije mientras apoyaba sus brazos en el hueco de la ventana y sonreía desde su boca pintada de rojo intenso, brillante.
Nada, para ti guapo si me invitas a una copa, o dos... estoy seca...
Agarré su brazo con fuerza y pisé el acelerador. El coche se desplazaba calle abajo con aquella mujer colgada de mi mano, con sus zapatos de tacón alto (altísimo) arañando el asfalto hasta romperse y desprenderse de sus pies pequeños. No gritaba, no se quejaba a pesar de todo. En un instante pude ver su rostro interrogante pero impasible. Al llegar a la plaza y con una velocidad ya considerable, le solté el brazo y calló como un saco al suelo encharcado, rebotando contra los adoquines y dejando su cuerpo tendido en la noche.
Subí el cristal de la ventanilla y tomé la avenida camino de casa. Cuando abría la puerta del apartamento ya sonaba el teléfono con cierta urgencia.
Por favor, ¿es usted Juan M.? Si soy yo. Buenas noches, lamento molestarle, le llamo del hospital, tenemos aquí a una mujer que han atropellado hace un par de horas y hemos visto que entre su documentación tenía un papel con su nombre y su número de teléfono. La mujer se llama Clotilde G... Ya, la conozco..., es mi madre, ¿cómo está? Lo siento mucho, acaba de fallecer. Bien.
Colgué el auricular y busqué en mi bolsillo el paquete de tabaco, saqué un cigarro y lo encendí mientras me acercaba a la ventana, fuera seguía lloviendo, tomé una honda bocanada de humo que exhalé formando pequeños círculos contra el cristal humedecido. Lloraba con apacible tristeza, con despoblada alegría.

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